
Ayer, en la Escuela Secundaria Técnica 213 de Iguala, Guerrero, los nombres de decenas de jóvenes resonaron en voz alta, entre aplausos, abrazos y lágrimas. Fue un día de celebración, de sueños cumplidos, de cierre de ciclo. Pero también, fue un día para recordar a quien ya no está físicamente, pero nunca dejó de estar en el corazón de su generación: César Mendoza Duarte.
Su nombre fue pronunciado por uno de sus maestros con la voz quebrada, y entonces el auditorio guardó un silencio profundo. No hizo falta explicar más. César fue asesinado, víctima de la delincuencia organizada, una tragedia que arrebató su presencia, pero no su legado. El crimen no solo interrumpió su historia personal, sino que sacudió a toda una comunidad que aún no entiende cómo la violencia se llevó a alguien tan joven, tan lleno de vida, tan bueno.
César debía haber estado ahí, recibiendo su certificado, celebrando con sus compañeros, planeando el futuro. Pero su generación no lo olvidó. Lo honró con palabras, con lágrimas, con ese tipo de respeto que solo se tiene por quienes dejan huella verdadera. Fue un estudiante ejemplar, un amigo noble, alguien que siempre ofrecía lo mejor de sí a los demás.
En cada pasillo de la escuela, en las risas que compartió, en las historias que dejó sembradas, César sigue presente. Y aunque la violencia intentó silenciarlo, su memoria grita más fuerte: justicia, amor, y vida. Porque César no fue solo una víctima: fue, y siempre será, un símbolo de esperanza en medio del dolor.
Y en nuestros corazones, y en donde esté, César Mendoza Duarte, siempre será parte de esta generación.
César Mendoza Duarte fue víctima de la delincuencia organizada el pasado mes de febrero.